La conciencia social de Francisco de Asís y del papa Francisco

En toda la obra del papa Francisco palpita viva la preocupación social, como la obra del santo homónimo. Sin embargo, en la encíclica “Laudato Si”, es donde esto se nota con mayor transparencia, sobre todo, en algunos de los ejes temáticos que la atraviesan: Por ejemplo: La íntima relación entre los pobres y la fragilidad del planeta; la convicción de que en el mundo todo está vinculado; el valor propio de cada criatura; y el carácter integral de la ecología.
Empinándonos en la bruma del tiempo, para atisbar en el contexto y la obra del santo de Asís, podemos comprobar cómo el Espíritu Santo no deja de suscitar, en toda época, profetas que nos transmitan, con palabras y obras, la voluntad de Dios. El magisterio del papa Francisco corrobora el testimonio de Francisco de Asís.
“El mundo escucha los maestros, pero sigue a los testigos”, ha dicho el beato Pablo VI, “y si escucha a los maestros es porque son testigos”. Escuchemos, pues, y sigamos a estos dos maestros, cuya competencia está arraigada en su condición de discípulos fieles del que los envió al mundo como maestros (cf Mt 28:16-20).
Después de vencer al imperio romano, las naciones bárbaras se establecieron en Europa. Vivian acampando a la intemperie. En los tiempos riesgosos de los siglos IX y X, la gente empezó a congregarse alrededor de los castillos de los nobles y los monasterios. Para mayor protección, se construyeron murallas alrededor de los caseríos, y así surgieron las ciudades medievales.
Al principio las habitaban solo siervos y libertos. Después, se desarrollaron los negocios y las industrias, y el siervo se convirtió en artesano, y el liberto, en comerciante. En tiempos de guerra, no podían prescindir de la protección de los señores feudales. Pero, gracias a la corporación elegida para guardar sus intereses y el rechazo de la hegemonía de los señores en sus vidas particulares, gozaban de relativa independencia. Entre las más poderosas de estas ciudades, estaban Danzig, Bremen, Hamburgo, Venecia, Génova, Bolonia y Florencia.
El surgimiento de las ciudades le planteó a la Iglesia un problema pastoral inusitado. Antaño, el aristócrata, gobernante del pueblo, era el ciudadano; ahora, en las ciudades, lo es el hombre común y corriente. Ya no es el siervo de antaño, sin voz ni voto, sino una persona inteligente, crítica e independiente. Muchos criticaban duramente al clero y la jerarquía, pues la Iglesia había crecido en poder humano y gloria externa. Poseía enormes riquezas, y algunos clérigos se conducían como amos del pueblo. En algunas ocasiones, los habitantes de una ciudad llegaron hasta sublevarse contra el obispo. Además, con frecuencia, el clero rechazaba el espíritu independiente de los ciudadanos, se distanciaba de ellos, y descuidaba su atención pastoral. En esa coyuntura, el Espíritu suscitó en las mismas ciudades hombres conocedores de sus necesidades, merecedores del amor y el respeto de sus contemporáneos. En este contexto, surgen las órdenes mendicantes, como verdaderos apóstoles de las ciudades. Su nombre obedece a que habían hecho voto de pobreza, y vivían de la limosna. Se trata de la orden de predicadores o dominicos, fundada por Santo Domingo de Guzmán, y la de Frailes Menores o franciscanos, fundada por san Francisco de Asís.
Francisco de Asís era hijo de un comerciante llamado Pedro Bernardone. Su nombre de pila era Juan, pero le apodaban Francesco o Francisco, por su apego a la cultura francesa, sobre todo, su música y su poesía. Hijo de madre francesa, hablaba esta lengua con fluidez. Su amor a las artes liberales lo llevó a cultivar la compañía de juglares y trovadores. De joven fue soldado, y participó en una guerra entre Asís y otras ciudades. Orando en la Iglesia de san Damián, en los extramuros de Asís, creyó escuchar una voz que le decía: “Francisco ve y reconstruye mi casa”. Y vendió su caballo y sus mejores trajes, con este propósito. Pero en realidad se le llamaba a restaurar la brecha de la Iglesia, que se había contagiado del afán de lucro, pompa y poder. Sobre su fina sensibilidad artística, el Espíritu suscita en el él una recia conciencia social que lo llevará a denunciar proféticamente los excesos de la cristiandad, por el afán de lucro, y a exigir el retorno a la vocación cristiana bautismal, como seguimiento radical de Cristo pobre, casto y obediente, que se hizo pobre precisamente para enriquecernos con su pobreza (cf 2 Cor 8:9; Flp2:6-11). Francisco, pues se desposa con “la dama pobreza evangélica” (cf Mt5:3), y se convierte en el Poverello (el Pobrecito) de Asís.
Cuando se le incorporan compañeros, la orden de Frailes menores o hermanitos, para indicar que pertenecían a la gente común, a la que predicaban. Con este propósito, Francisco se hizo Diácono. Enamorado de Dios, creador y salvador, supo escuchar su palabra en la revelación y la creación, y responder con cantos de alabanza y bendición a Dios por Jesucristo, principio y fin de todo lo creado (Jn 1:1-18; Col 1:12-20). “Vivía en armonía con Dios, con los otros, con la naturaleza y consigo mismo. En él se advierte hasta qué punto son inseparables la preocupación por la naturaleza, la justicia con los pobres, el compromiso con la sociedad y la paz interior. Su testimonio nos muestra que una ecología integral requiere apertura hacia categorías que trascienden el lenguaje de las matemáticas o de la biología, y nos conectan con la esencia de lo humano” (L. S. 10-11).
Los monjes contemplativos habían establecido sus monasterios en colinas o valles solitarios para entregarse principalmente a la oración y al trabajo manual o intelectual. La cura de almas no era su principal tarea. En cambio, las órdenes mendicantes se establecieron en las ciudades o su entorno, para dedicarse principalmente a evangelizar al pueblo y a pastorearlo espiritualmente. De este modo, respondieron a la interpelación de su época.
En la nuestra, el papa Francisco ha sentido vivamente que “el desafío urgente de proteger nuestra casa común incluye la preocupación de unir a toda la familia humana en la búsqueda de un desarrollo sostenible e integral”… “Necesitamos una conversación que nos una a todos”, ha dicho, (porque) “el desafío ambiental que vivimos, y sus raíces humanas, nos interesan y nos impactan a todos”.(L. S. 13-14). La encíclica Laudato Si aldabonazo para despertar la conciencia social de nuestra época. ¡Escuchémosla y respondamos!

Mons. Oscar Mario Brown / Obispo emérito de Santiago