Espiritualidad y santidad cuaresmal (III)

Espiritualidad y santidad cuaresmal (III)

Estar límpio a los ojos de Dios
Cuando pensamos y hablamos de la santidad cuaresmal, del camino espiritual hacia la pascua de Cristo, necesitamos trabajar en el desierto cuaresmal, la búsqueda de nuestra renovación en Cristo, la vida según Dios, en Cristo Resucitado, una vida que nos impone la limpieza de corazón de todo nuestro ser y quehacer.  Esta limpieza o purificación para la vida en Cristo, muerto y resucitado, no se limita al plano físico, sino que se proyecta en todos los campos de la vida como cosa necesaria para el aprovechamiento del alma, y es así como podemos hablar de diferentes purificaciones para ser todo de Dios, caminando como “hijos de la luz,… buscando lo que agrada al Señor” (Ef. 5, 8.10).

Pureza espiritual
Importante para gozar de la Pascua de Cristo. Implica no mezclar lo bueno con lo malo, lo verdadero con lo falso, la desobediencia con la obediencia, la bendición con la maldición, el bien con el mal (Dt 11,26; 30,14-15; Prov 12,28; Is 1, 19; Miq 6,8; Jer 21,8; Jn 14,15). Lo ideal es que hagamos como se le pide al pueblo de Israel cuando desea entrar en Jerusalén para restaurar su vida en relación con Dios. Idealmente así debería ser el culto que rindamos a Dios en esta Cuaresma y particularmente en esta Semana Santa, y que trabajáramos todos en prepararnos para que fuera con limpieza de corazón y de toda intención, de todo lo que nos aparte de rendir culto debido a Dios, con corazón libre de toda esclavitud, limpio de toda impureza (Is 52,11), y consciente del amor que se nos profesa en cada celebración.
La cuaresma es el tiempo más indicado y necesario para esta purificación espiritual, purificación del alma, para celebrar con gozo, con alegría del corazón, con agradecimiento al Hijo de Dios, todos los misterios de salvación que en estos días santos celebramos, y hacemos memorial como un resumen de todo lo que el Amor de Dios ha hecho por nosotros y sigue realizando.

Pureza moral
El tiempo de cuaresma también es un espacio especial para la pureza que nos pide evitar toda forma de acción desajustada e inmoral afectiva-sexual, tan dañina al alma, tan contaminadora del culto verdadero en estos misterios de salvación y santificación, y que es vital para mantenerse en el amor de Dios (Ef 5,5). El ayuno que Dios quiere también conviene hacerlo en relación a todo aquello que nos quita pureza y rectitud cristiana en nuestros actos, en la relación que ha de haber entre el cuerpo y el alma. Nuestra convicción de fe nos pide huir de los escándalos morales, de los desajustes en la relación y trato con las personas en el ámbito de la humanidad. Hemos de vencer la tentación de la pornografía, de la fornicación, de las relaciones adúlteras, de los noviazgos conocidos como mari-novios que distorsionan la realización de la vocación cristiana del matrimonio y de la familia (1Cor 6,9.10.18).
Que esta semana santa nos regale el regreso a una vida casta en lo que a cada quien nos corresponde.
Pureza mental
Los pensamientos conducen a las acciones, y esto hace que necesitemos la pureza de la mente, para que la impureza no domine nuestra mente, y no nos lleve a pensamientos y acciones impuras, indebidas, no sanas (Mt 5,28; 15,18-20) y fuera del lugar santo que hemos de ocupar en Pascua. Nuestros ojos son las ventanas del alma, y por ellos se fortalece o se ensucia la mente. Esto hace que tengamos pensamientos no puros, no sanos, no santos, y con ello sentimientos semejantes, por medio de los cuales nos veremos impulsados a actuar de manera impura, deshonesta, infiel, lujuriosa, no perfecta. Pero si llenamos la cabeza de ideas positivas, limpias, constructivas, honestas, santas, buenas, trabajadoras, así serán nuestros sentimientos y acciones (Fil 4,8; Sal 19,8-9), y el fruto que recojamos. La pureza mental favorece el desarrollo de cuerpo.

Pureza física
Es la pureza de nuestro cuerpo y de nuestro entorno, para vivir en clave pascual, de limpieza de alma y cuerpo ante Dios y para Dios. El Señor no solo insiste en la pureza física por nuestro propio beneficio, sino porque la imagen que presentamos lleva a que la gente se forme una impresión de Él (2Cor 6, 3-4). Se nos pide una vida honesta, limpia, recatada (Tito 2,10).