Espiritualidad y acompañamiento a los jóvenes (IV)

Espiritualidad y acompañamiento a los jóvenes (IV)

El acompañamiento interior
Hemos visto que este es el más importante acompañamiento, dado que es el que guía el exterior (Mt 15,19; Jer 17,9) y es la forma de adquirir la espiritualidad ideal y una preparación madura y fecunda en los jóvenes para la próxima JMJ2019. Es el trabajo de la “libertad interior”, de la integración interior del joven, de la persona en sí, que poco podremos hacer en ocuparnos de tantos compromisos y actividades exteriores si no les ayudamos a ir a sus corazones y encontrarse en armonía consigo mismos, y luego puedan salir a las periferias espirituales y existenciales de los demás jóvenes. Aquí necesitamos que el joven aprenda a dejarse amar, dejarse servir, dejarse formar, dejarse guiar, aceptando que necesita la salud interior, y creyendo que la puede alcanzar, que “ayuda mucho tener altos pensamientos para que nos esforcemos a que lo sean también las obras” (Santa Teresa).
Es importante saber que antes de ir al joven, quien más debe estar convencido de esto es “el formador, el guía, los equipos preparadores de la juventud”, quienes han de ser los primeros en trabajar esta integración interior o libertad interior en sus propias vidas, para guiar con acierto y concierto, y alcanzar la fecundidad espiritual que esta JMJ nos promete.

¿De qué se trata?
Se trata de liberarnos “para lo que somos y hemos de ser”, para lo que no es pasajero sino permanente, “soy el que soy” (Ex 3,14), quitando de nuestro ser “lo que no es”, lo que no está bien, lo que no atrae, lo que no acoge, lo que no identifica, lo que hace que no permanezcamos unidos a la Vid (cf. Jn 15,5). No hay que olvidar que somos los anfitriones, los acogedores de la juventud que busca encontrarse con Dios, que viene al encuentro de Jesús con ellos y desean compartir con Dios, clarificarse para seguirle. Esto mismo supone nuestra preparación ideal, espiritual, lo que hemos de proyector y trabajar en el interior de los jóvenes. Aquí han de estar nuestras fuerzas y atenciones, para una verdadera preparación, y gozar de los frutos de esta “visita de Dios” a nuestra querida Panamá.
A Dios no se le busca por fuera, sino por dentro. Por fuera se le sirve, por fuera se le atiende, por fuera se trabaja y camina el camino para encontrarle. Aquí hacemos memoria de la experiencia de encuentro que vivió San Agustín, quien por gracia de Dios va descubriendo sus cegueras y sorderas, y recibe la gracia para atender: “¡Tarde te amé, hermosura tan antigua y tan nueva, tarde te amé! y tú estabas dentro de mí y yo afuera, y así por de fuera te buscaba; y, deforme como era, me lanzaba sobre estas cosas que tú creaste. Tú estabas conmigo, mas yo no estaba contigo. Reteníanme lejos de ti aquellas cosas que, si no estuviesen en ti, no existirían. Me llamaste y clamaste, y quebraste mi sordera; brillante y resplandeciente, y curaste mi ceguera; exhalaste tu perfume, y lo aspiré, y ahora te anhelo; gusté de ti, y ahora siento hambre y sed de ti; me tocaste, y deseo con ansia esa paz que procede de ti” (Confesiones).
San Agustín nos enseña con esta oración el camino para “ir al encuentro de Aquél que viene a nuestro encuentro”. Ojalá con esta oración nos suceda lo que a Santa Teresa de Jesús al leerla y orar con ella, y que fue clave para su proceso de conversión: “Como comencé a leer las Confesiones, paréceme me veía yo allí. Comencé a encomendarme mucho a este glorioso santo. Cuando llegué a su conversión y leí cómo oyó aquella voz en el huerto no me parece sino que el Señor me la dio a mí, según sintió mi corazón” (V 9, 8).
En el libro VIII, capitulo 12, nº. 29, de las Confesiones, Agustín narra el momento en que él, que se encontraba en el huerto o jardín de su residencia de Milán, escuchó una voz infantil (como de una casa vecina) que decía “Toma, lee”, haciendo referencia a la Biblia. Agustín interpretó aquellas palabras como si fueran un mandato divino. Abrió la Sagrada Escritura y leyó el primer pasaje que se ofreció a sus ojos: “No en comilonas y embriagueces, no en lechos y en liviandades, no en contiendas y emulaciones sino revestíos de nuestro Señor Jesucristo y no cuidéis de la carne con demasiados deseos“ (Rom. 13, 13). Y luego el santo afirma: “No quise leer más, ni era necesario tampoco, pues al punto que di fin a la sentencia, como si se hubiera infiltrado en mi corazón una luz de seguridad, se disiparon todas las tinieblas de mis dudas”.