Aprender a corregir

Aprender a corregir

El niño hizo un capricho. Varios alumnos faltaron al respeto a un compañero. En el lugar de trabajo dos empleados emplearon parte de su tiempo laboral para apuestas online o para dialogar en Facebook. En el hogar él o ella dejaron cosas fuera de sitio y la vajilla sin lavar.
Ante situaciones parecidas, uno siente el deseo de corregir. Pero entonces surgen las preguntas: ¿sabré hacerlo bien? ¿Servirán mis palabras? ¿Cómo decirlas? ¿No es oportuno callar por ahora?
No resulta fácil corregir. En parte, porque el mismo hecho de encontrarse con un comportamiento negativo causa en nosotros tristeza y daño. En parte, porque hay quienes se cierran en sí mismos cuando reciben una amonestación.
Pero en ocasiones hay que hacerlo. La política del avestruz daña. Es el momento de corregir a quien se porta mal, porque necesita ser avisado, sobre todo cuando se trata de defender a quienes sufren por culpa del comportamiento del infractor.
Por eso uno de los artes educativos y sociales que necesitamos aprender es el de la corrección. Una corrección que, desde el inicio, debe tener claros sus objetivos: reparar una injusticia, ayudar a mejorar al otro. Luego, se necesita encontrar el modo mejor a la hora de ofrecer las palabras correctivas.
A pesar de las dificultades, cada corrección nace de la esperanza, y sabe también evitar todo exceso que ofenda indebidamente al otro. Como enseña el Libro de los Proverbios: “Mientras hay esperanza corrige a tu hijo, pero no te excites hasta hacerle morir” (Pr 19,18).
En sociedades donde, “por el bien de la paz”, para evitarse problemas o críticas, algunos rehúyen sus deberes educativos, brilla con belleza el testimonio de quienes saben corregir con valor, tacto y prudencia.
Quizá reciban reacciones de desprecio o indiferencia. Pero no faltarán, gracias a Dios, respuestas positivas y cambios en los comportamientos de quienes perciben una corrección que nace del cariño.