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Pedro y Juan ante el Sanedrín

Pedro y Juan ante el Sanedrín

En el nombre de Jesús, Pedro y Juan curan a un paralítico de nacimiento en la puerta del  Templo, sede del Sanedrín y de los tres poderes que habían condenado a Jesús: el económico, el político, y el ideológico-religioso, detentados por los jefes de los sacerdotes, ancianos, escribas, dueños de tierras y explotadores del pueblo.

Como el paralítico de nacimiento, así estaba el pueblo, incapacitado para andar por sus propios medios. Pedro y Juan anuncian la resurrección de Jesús con autoridad y son apresados, pues crecía el número de seguidores.

El Sanedrín reunido los interroga: ¿con qué poder o en nombre de quién habéis sanado al paralitico? El asunto apunta de inmediato al problema del “poder”.  El pueblo puede moverse por sí mismo, sanarse, curarse y ello demostraba que había un poder mayor que el de ellos.

Pedro, lleno del Espíritu Santo, no explica ni justifica con qué poder lo hace, sino que dirige su discurso al pueblo, acusando a las autoridades de juzgarlos por hacer el bien, por estar a favor de los intereses del pueblo que ellos oprimen.

Las autoridades son los arquitectos de una sociedad que rechazó lo más importante; la piedra angular que es Jesús, y el proyecto de Dios, que trajo liberación y vida del pueblo de Dios. Por ello, las autoridades ya no pueden decir que están al servicio del bienestar del pueblo, pues han matado a Jesús, el único realmente interesado en el bienestar de la humanidad.

Al deliberar, el Sanedrín desenmascara su debilidad.  Los poderosos sienten miedo del poder del pueblo y de los apóstoles, hombres sin instrucción que hablan y actúan en favor del pueblo, por eso deciden prohibirles difundir más el nombre de Jesús.