,

Ser monaguillo es un llamado de Dios

Ser monaguillo es un llamado de Dios

Todos los que fueron monaguillos en su niñez o juventud guardan un gran recuerdo de su tiempo y oficio, te dicen con mucho orgullo y agradecimiento: “Yo también fui monaguillo”. Y es que ser monaguillo ya es de por sí un honor, un servicio a Dios, a los sacerdotes y a la comunidad, un oficio muy digno.
Equivocadamente algunos creen que ser monaguillo es sólo un camino para ser cura; pero no siempre es así, porque muchos han sido monaguillos y después no son sacerdotes. También las chicas pueden ser monaguillas.
Efectivamente, es un oficio importante, que consiste en la participación desde la cercanía y en la ayuda a las celebraciones y a todos los importantes oficios que ejercen los sacerdotes.
Este ministerio ofrece una excelente oportunidad para que los niños y jóvenes quienes hayan celebrado el sacramento de la Primera Comunión y que también sus padres creen que están listos y suficiente para cumplir con esta responsabilidad para ser entrenados.
Participan como líderes, de una manera muy especial durante la misa. El servidor del altar como otros ministerios requiere que sea entrenado para que pueda servir adecuadamente. El tiempo y el oficio de monaguillo sirven para familiarizarse con las cosas de Dios, como la palabra, las celebraciones, el templo, los objetos de culto, la comunidad cristiana y en las fiestas religiosas.
Ya en la Sagrada Escritura, en el Antiguo Testamento, relata cómo el niño Samuel servía a Dios en el Templo bajo las órdenes del Sacerdote Elí. Es probable que el servicio del monaguillo se inició en Roma debido a la necesidad de dar una mejor atención al pueblo de Dios.
Ser monaguillo es amar y vivir lo que el Señor nos dio, es adorar la eucaristía, símbolo del amor de Cristo hacia la humanidad.
También es cierto que ser monaguillo es un buen entrenamiento para ser seminarista, claro está, si el Señor te llama a ser sacerdote.
Cuando el joven esté convencido de querer servir a Dios en el altar, no puede desconocer su constante presencia en su vida. Saber que su única recompensa es reconocer que Jesús le acompaña en su camino y que debe siempre luchar por agradar al Señor.