Misión: liberar almas tras los barrotes

Misión: liberar almas tras los barrotes

Experimentar a un Dios cercano y misericordioso en las celdas de la prisión es posible, si se le permite entrar. Los barrotes no son obstáculos infranqueables cuando el corazón se abre para escuchar su voz.
Esa voz llega a más de 2 mil privados de libertad a través de la Pastoral Penitenciaria de la Iglesia Católica, cuyos sacerdotes y voluntarios de la Arquidiócesis de Panamá, devotos de la virgen de La Merced, trabajan incansablemente basados en tres ámbitos: la prevención, la visita y la resocialización.
De eso da fe fray Narciso Vioque Pérez, secretario ejecutivo de la pastoral y religioso mercedario. Se atiende al ser humano que paga su deuda con la sociedad sin mirar el delito cometido, sin juzgar y sin asustarse, explicó. Esa labor es ejecutada en el Centro Penitenciario La Joya, en La Joyita, La Gran Joya, en el Centro Femenino de Rehabilitación y en el Centro de Cumplimiento de Menores.

Pilares de salvación
Para la prevención, primer pilar de la pastoral, los mercedarios crearon escuelas en El Chorrillo y en Burunga. Allí los niños son educados para que vivan con valores en un mundo ideal en que la convivencia sea a través de la paz y la fraternidad. Es educación basada en el evangelio.
El segundo pilar son las visitas. Sacerdotes y voluntarios van a ver a los reclusos conscientes de que, en situaciones extremas, “o todos nos levantamos o todos nos derrumbamos”, según fray Narciso. Saben que la prisión puede hacer caer a una persona, pero también la puede ayudar a levantarse.
A nadie le gusta ir a la cárcel si se toma en cuenta de que todo lo que se vive en la sociedad, como la violencia, la corrupción y el tráfico de drogas se potencializa entre sus paredes. Es un ambiente dispar donde no todos son católicos ni están dispuestos a escuchar y a dejar entrar a Dios en sus vidas.
Sin embargo, con cada visita se palpa la obra del Padre cuando los privados toman conciencia de su lejanía de Dios, de sus familias, de la poca importancia que les dan a los hijos, al trabajo, al respeto y a la honestidad. Es entonces cuando hacen un cambio en sus vidas y la privación de libertad pasa de ser una situación negativa a una positiva.
En cuanto al tercer pilar, la reinserción, los mercedarios ubican en empresas a quienes han pagado su deuda con la sociedad y han cumplido dentro de las cárceles con la asistencia a misa, la confesión, las catequesis y las normas disciplinarias. El resultado ha sido esperanzador.
La Pastoral se sustenta económicamente de una colecta que se hace hoy y de donaciones fijas.

¿Quieres ser voluntario?
Para serlo, hay que tener presente que a la cárcel no se va a buscar compañía, a desahogarse o a ganar protagonismo. Tampoco a juzgar ni a condenar. Se va a ayudar porque se atiende el llamado de Cristo, por lo tanto, el voluntario debe ser una persona equilibrada y consciente de su misión.
La pastoral penitenciaria organiza cursos de formación básica para voluntarios a fin de que estén preparados para brindar su ayuda al privado de libertad.
Ellos proveen a los detenidos de medicinas, útiles de aseo, ropa, escritura de cartas, llamadas telefónicas; los escuchan y les anuncian la palabra de Dios. Les hacen ver la viva imagen de Jesús acogedora, fraterna, misericordiosa y liberadora, sin importar si son católicos o no.
Pero son pocos “porque estamos acostumbrados a ver el delito, no a la persona”, dice fray Narciso. Los voluntarios son personas mayores y se requiere el relevo generacional. Por eso hace un llamado a la Pastoral Juvenil para que se sume y vea a Cristo en cada privado de libertad.
El peligro es alejarse de Dios
“Tomé un atajo ilícito para llegar al éxito y solo llegué a la cárcel”. Eso fue lo que le sucedió a José Tadeo Albarrán Ruiz, un contador público mexicano, quien estuvo detenido y desde el 10 de agosto goza de libertad condicional.
Él se crió en un hogar católico y, con los años, se alejó de Dios. Fue entonces cuando tomó una mala decisión y fue condenado a 80 meses en Panamá. No recibía visitas ni podía ver a su familia que lo esperaba en México. No obstante, desde el primer día de encierro sintió el apoyo de los mercedarios y se hizo colaborador de su misión pastoral hasta llegar a ser catequista.
José, hoy libre física y espiritualmente, trabaja en la iglesia de Fátima donde elabora las hostias utilizadas en la comunión. Se ha propuesto seguir la labor pastoral porque sabe, de primera mano, que más del 90% de los privados de libertad desean ser salvados y rescatados. No hay quien sea inmune a la necesidad de acercarse a Dios si se le tiende la mano.
Hace un llamado a los católicos para que se hagan voluntarios y donen sus talentos para ayudar a los detenidos, incluso a extranjeros que enfrentan la detención sin familia, abogados ni amigos.
No tiene palabras para agradecer lo suficiente a los mercedarios que le brindaron su mano amiga tras los barrotes y le dieron la libertad del alma, y a los voluntarios Alina Roux y su esposo Edy Wissinger quienes no tuvieron miedo de trabajar en donde nadie quiere estar.

No hay coherencia
Maribel Jaén, de la Comisión de Justicia y Paz, está convencida de que el tema de justicia debe ser un tema de Estado. Hay gran cantidad de hombres y mujeres en las cárceles porque la justicia no es expedita. No hay coherencia por parte de los gobiernos para solventar esta situación.
Mientras no se fortalezca a la familia y a las instituciones, habrá privados de libertad hacinados en las cárceles.
Para ella, es importante que en las parroquias de todo el país se desarrollen actividades de solidaridad con los cautivos en las prisiones, pues cuando hay un miembro detenido, toda la familia está presa.