Importancia del desierto en la vida cristiana

Normalmente se define el desierto como un lugar de abandono, seco, inhóspito, donde hay cambio de temperaturas bruscos, el sol es ardiente, hay serpientes, escorpiones, no existe vegetación. En fin, muchas cosas negativas.
Lo importante es llegar a entender la expresión del Dt. 8,15, que nos dice: “El te condujo por el desierto, y en esa tierra seca y sin agua ha hecho brotar para ti un manantial de agua de la roca dura”.
Esto viene a ser una invitación a entrar en un encuentro con Jesús en el desierto: en soledad de comunión, en el silencio del encuentro, en la presencia amorosa de Dios en ti, y la tuya en Él.
Esta es una experiencia de amor que requiere de nosotros docilidad, serenidad, aceptación de las pruebas, confianza de encontrarse plenamente con Dios. A la vez que una actitud de sencillez y humildad para saber escuchar a Dios en medio del silencio, la prueba y los momentos de sequedad.
El desierto nos expone en desnudez total, ante el misterio de Dios que envuelve y penetra hasta las coyunturas. Nada ni nadie puede interferir el encuentro con el Señor. Pero esto requiere de nuestra parte paciencia e interés por el encuentro. Viene a ser la única manera de verlo cara a cara y así aceptar lo que nos dice el Apocalipsis 22,4, de llevar el nombre de Dios en nuestra frente. De esa manera podemos comprender el lenguaje del amor, que se nos revela como don del Espíritu Santo que nos capacita para entender la realidad de Dios y vivirla.
¿A qué nos invita el desierto? Viene a ser en la vida cristiana una invitación al despojo del propio yo. A dejar de lado todo aquello que no es imprescindible, gracias a la aridez con que sentiremos ser rodeados. Sólo así podemos presentarnos ante Dios con lo que somos, nos movemos y existimos. De esa manera sentiremos nuestra alma desnuda y nos podemos presentar ante Dios con lo que, en verdad podemos decir  que estamos ante lo más amado.
Contrariamente si queremos vivir  el desierto en la vida cristiana sin despojarnos de nada! Nunca llegaremos a comprender cuál es su voluntad y seguiremos viviendo nuestra existencia cristiana en la mediocridad, sin ningún tipo de compromiso. Pues no existe vaciedad de nuestra alma y eso nos impide estar disponibles para Él. Tratando imponer nuestra voluntad a Dios y no como bien nos invita a vivir el desierto, que es mantenerse postrados ante la voluntad de Dios, y no, ante la voluntad caprichosa de cualquier ser humano que intenta manipularnos con mala voluntad.
El desierto es indispensable para toda persona que busca a Dios y tiene sus ojos fijos en Jesús, quien nos irá mostrando el verdadero camino del encuentro con el Dios y Padre bueno, que nos ha dado a su Hijo amado y, éste a su vez, nos ha transmitido el Espíritu de la verdad que hace nacer en nosotros la nostalgia de un verdadero encuentro con la divinidad gracias al agua que un día recibimos en el bautismo, y que nos ha dado la vida, y una vida en abundancia.
El desierto en la vida cristiana libera de verdad, pero hay que entrar en él. Pero no podemos entrar en él si en nosotros hay soberbia, orgullo, vanidad. Porque eso nos ayuda a comprender las cosas desde dentro. Tiene que darse un encuentro con nosotros mismos, para que, desde dentro llegue la conversión, que viene a ser otra perspectiva que tiene su fundamento en Dios.  Usando la prepotencia se apodera de nosotros, estamos impedidos de entrar en un verdadero diálogo con Dios. Todo se vuelve un tormento y no vemos con claridad la realidad de la vida cristiana.
En el desierto la oración se realiza de manera simplificada. Descubrimos que orar es aprender a ser simplemente uno mismo ante Dios. Ya que nada ni nadie puede condicionarme, me limitará a estar en una total transparencia de mí misma realidad ante Dios, al que puedo buscar porque lo añoro, con un amor cada vez más fuerte, aprendiendo a vivir con un amor confiado, abandonado, en medio del desierto, pero sumergido en el amor de Dios.
Existen muchos ejemplos claros en el Antiguo Testamento. Primero el pueblo de Israel, que caminó cuarenta años en el desierto, dentro de ese pueblo le tocó vivir a Moisés, quien antes de acoger su misión confiada por Dios, tuvo que pasar varios años en el desierto.
Pero lo que nos ha transmitido el Nuevo Testamento es cómo Jesús fue al desierto para ser tentado y superar las incidias del maligno. Esto lo preparó fuertemente para la predicación del Reino de los cielos que vino a instaurar. Siempre buscando cumplir la voluntad del Padre que lo había enviado al mundo, para ser Palabra visible y cercana del amor salvador de Dios.
Nuestra Madre María vive sus años de Nazaret, en el silencio de una vida oculta en la sencillez de lo cotidiano, como un tiempo largo de desierto donde se prepara para acoger el misterio del proyecto de amor del Padre para toda la humanidad.
San Pablo cruza el desierto en el camino de conversión de Damasco. Allí experimentará la fuerza de la luz que, al deslumbrarle, lo tira por el suelo e inicia un auténtico proceso de conversión.
El desierto, en definitiva, es algo indispensable para todo cristiano. Es el tiempo de gracia por la cual todos debemos pasar si queremos dar frutos en Dios. En el desierto descubriremos la necesidad del silencio, de la interiorización y de la renuncia a todo lo superfluo, para que Dios pueda construir en nosotros su Reino y lleguemos a ser luz de las naciones, dando frutos en abundancia.
Desde el silencio de María, desde el abandono confiado en las manos de nuestro Padre del cielo, desde la comunión sincera con nuestros hermanos, manteniendo nuestra mirada en Jesús aprendamos a entrar en el camino interior del desierto, para entrar en las sendas de paz y de encuentro hacia el Amor, que es el mismo Dios.
Pidamos a María que nos ayude a entrar en el silencio interior para encontrarnos con el Señor, como nos lo ha mostrado en sus acciones junto a su Hijo amado Jesús.

Mons. Pedro Hernández Cantarero / Obispo del Vicariato de Darién