Espiritualidad y madurez vocacional (III)

Espiritualidad y  madurez vocacional (III)

La vida misma nos hace ver que nos falta mucho para madurar en la vocación y en la vida espiritual. Un espacio infalible para demostrar nuestra madurez es en la adversidad, en los momentos que llamamos de crisis, de desgana, de dificultades, de tentación. Aquí es cuando hemos de recordar que movidos por el amor hemos prometido “fidelidad vocacional” en las alegrías y también en las penas, en la salud como en la enfermedad, en la prosperidad y en la adversidad, tanto en domingo de ramos como en viernes santo vocacional. Mire que “si en medio de las adversidades persevera el corazón con serenidad, con gozo y con paz, esto es amor.” (Santa Teresa de Jesús).
Quien se sabe vocacionado de verdad sabe que su opción lo pide todo, así como el hombre que es esposo, la vida le pide un amor sólo para la esposa, y junto con ella sólo para el amor y el bien de los hijos. De igual manera sabe una religiosa y un ministro de la Iglesia que su opción le pide “ser todo de Dios”, y que en su vivir no cabe tener envidia de nadie ni de nada, celos de nadie ni de nada, rivalidad y desconfianzas de nadie ni de nada, amoríos de nadie ni de nada, porque quien vive por vocación con madurez, sabe quién es, a quién pertenece, cuál es su misión, y cómo la debe realizar. Tiene claro cuál es el destinatario de su opción de vida, el modo de realizarla y la meta a alcanzar en ella. La madurez vocacional que tiene le hace estar centrada en lo esencial de Dios en su opción de vida, y esto lo hace según la libertad interior que tiene y el amor que le mueve. No hay mejor opción de vida, ni fecundidad mayor, que la vida que se lleva por vocación.

-¿Cuál será la más alta vocación?
Con toda certeza y confianza podemos decir que la más alta vocación, aquella de la que más se puede aprovechar, sería la vida contemplativa, pues es la gracia que da Dios a quienes quiere, de estar haciendo sólo labores manuales para estar en contemplación toda de Dios, desasidas de todo para ser toda de Dios. ¡Qué bella y valiosa vocación! Estas personas son las que hacen vida la Suma Perfección, poema de San Juan de la Cruz, en su corazón, en su oración y en cada acto de su vida, viviendo en: “Olvido de lo creado, memoria del Creador, atención a lo interior y estarse amando al amado”. Sin duda la más alta vocación es esta, la de aquél, aquella persona que logra contemplar su vida y sus compromisos desde Dios, agradecido con Él y ofrendándolo todo a Él, y esto lo puedes hacer en todas las opciones de vida que hemos visto, en tu opción de vida acogiendo la llamada de Dios. Se trata de un caer en la cuenta que “somos de Dios” y en lo que vives hacer las cosas como Él las haría y te pide en tu corazón hacerlas. “Ser de Dios, y todo para Dios”. Claro está que en un estado o en otro tiene diferente exigencia. Los que viven consagrados a la vida contemplativa o de clausura tienen más facilidad de realizarlo porque “ese es su oficio por vocación, para eso han sido llamadas”, para “ser todo de Dios y para Dios”. Los demás no tienen las facilidades que ellas, pero sí somos llamados a hacerlo en la parte que corresponde según la opción vocacional. Es llevar dentro del corazón una vida buena, de perfecta presencia de Dios.

¿Puede vivirse la vida contemplativa fuera de un convento, en la vida laical?
Sí. No es un don exclusivo de la opción de vida religiosa, sino exclusiva del corazón que ama de verdad su opción de vida. Hay laicos casados que en sus quehaceres y compromisos llevan una vida contemplativa en el corazón en cada cosa que viven, que hacen, así como podemos encontrar religiosos y religiosas que pierden el afán primero vocacional y dejan de contemplar la maravilla de la vocación que Dios les regaló. Son personas que viven sumergidos en el amor de sus corazones, y disfrutan todo lo que les acontece en el camino de sus vidas, y valoran las demás opciones de sus semejantes.