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El Mesías de Dios

El Mesías de Dios

El Evangelio de Lucas 9, 18-50 nos dice que el pueblo ya había reconocido en Jesús al “gran profeta”. Ahora, al final de la actividad de Jesús en Galilea, los discípulos concluyen, a partir de la palabra y de la acción de Jesús, que Él es el “Mesías de Dios”. Es el gran sello que confirma toda la obra de Jesús orientada al sacrificio y a la gloria. Pero persisten algunas dificultades para que los discípulos puedan seguirlo: la falta de fe, la incomprensión, el espíritu de competencia y rivalidad, y la intolerancia.
También el pueblo sigue pensando como antes, pues todavía está apegado a la idea de un Mesías guerrero y triunfalista. Los discípulos, que acompañaban a Jesús y lo vieron de cerca durante toda su actividad, dan un paso adelante al reconocerlo, a través de Pedro, como el Mesías de Dios. No basta reconocer que Jesús es el Mesías. Él es el Mesías que va a realizar su misión como el Siervo sufriente.
Toda la actividad de Jesús va dirigida principalmente hacia los marginados. Las condiciones para seguir a Jesús son tres: renunciar a sí mismo, es decir, dejar los propios intereses para colocar el proyecto de Jesús en primer lugar; tomar cada día su cruz, o sea, enfrentar continuamente las persecuciones, etc., y seguir a Jesús continuando su palabra y acción.
La transfiguración quiere mostrar que la pasión y la muerte hacen parte del proyecto de Jesús, pero que éste ganará la gloria. Mientras Jesús se prepara para la muerte en el camino del servicio, los discípulos están preocupados por saber quién es el más grande. Esto denota la idea errónea que Jesús es un Mesías-Rey dominador, y la de que ellos de alguna manera participarán de un poder que domina.