Déjate fascinar por Cristo

Déjate fascinar por Cristo

Los apóstoles lo experimentaron, y al igual que ellos, todos los santos se sintieron fascinados por Jesucristo, por su Palabra, o por su Presencia, o por su mirada. Todo cambió en ese momento.

Esa fascinación los sacó de sí mismos, de su encerramiento y hasta de su egoísmo; los sacó de la rutina mortal, del sinsentido, y se pusieron a caminar tras Aquel que los amó de verdad como nadie nunca los había amado.

Por eso esta es la clave: ser fascinados por Cristo, y se repite constantemente, a cada paso de la historia de la Iglesia.

Por un tiempo, tal vez, se puede sostener un compromiso movidos por el férreo voluntarismo de un ideal. Incluso, por un tiempo, se puede uno entregar a tareas apostólicas por la cercanía, la amistad, la admiración, con un sacerdote o un consagrado; o tal vez, simplemente, vinculado a una persona a la que se idolatra. Pero, como no es por el Señor sino por otros motivos, a veces pasajeros, cuando es una estrecha vinculación afectiva a una persona, en el momento en que desaparece ésta, se rompe todo apostolado, compromiso y entrega. ¡Cuántas veces lo hemos visto y padecido!

Sólo la fascinación por Cristo puede cambiarnos y orientar nuestro caminar apostólico. Sólo la fascinación por Jesucristo hace posible un seguimiento que sea verdadero y fiel, aunque cambien las circunstancias o las mediaciones concretas: ¡porque todo se hace sólo y exclusivamente por el Señor, no por nadie más!

Nuestra pastoral y predicación, nuestra catequesis y formación, repitámoslo una vez más aquí, sólo puede ‘funcionar’ si ponemos a las personas frente a la persona misma de Cristo, si conseguimos que se encuentren con Él, cara a cara, para que sea Él el que los fascine y se encuentre con ellos.