Defendamos nuestra dignidad

Defendamos nuestra dignidad

Cerca de donde yo vivo hay un parque zoológico. Los animales cuentan con unas instalaciones envidiables para vivir sin problemas. Cerca de ese parque viven muchas familias en unas condiciones muy precarias, y el contrate es llamativo. En la capital de mi provincia, en una plaza muy céntrica, hay un ficus centenario. No hace mucho se desprendió una rama. Los ecologistas protestaron, y no precisamente por el peligro que habían corrido las personas que tomaban el fresco bajo su gigantesco tronco con mil brazos plagados de hojas. Aquella plaza es importante por el ficus, y no por los niños que juegan todas las tardes al salir del colegio.
Todo ello es fruto de una mentalidad, de una actitud ante el ser humano. Se ha dimitido de la razón y de la dignidad humana. Ya todo parece normal. Se permite cualquier barbaridad, porque el hombre, su dignidad, ya no es sagrada para muchos.
Es una nueva ola hitleriana para desechar, destruir, todo lo que me molesta, todo lo que no me conviene, lo que no se amolda a mi plan sobre la vida, sobre mi vida. Estorban los niños, los enfermos y los ancianos. Y esta actitud ante la vida se llama egoísmo salvaje.
Es una realidad palpable a diario, y que está creando un clima antihumano, donde una vida no vale nada. Importa más, para muchos, un ideal político, unos intereses económicos, una pasiones desatadas, un afán de venganza, o unas fantasías diabólicas, que la vida de mis seres queridos, de mis amigos, de mis compañeros. Cuesta poco disparar, o esgrimir un arma, o atentar contra la vida de quien sea si eso me produce “placer”, me “divierte”, o satisface mi afán de venganza.
Nunca entenderé los atentados brutales, o sofisticados, contra un ser vivo, y menos aún contra un ser humano. Hay que solidarizarse con el derecho que tenemos todos a que sea respetada nuestra dignidad.