Celebrar la historia, aprender de la historia

Las fechas se hacen importantes no por lo ocurrido sino por el recuerdo que queda en la memoria y en el corazón. Las fechas mueren cuando ya no significan nada para la gente, y, aunque todos nos esforcemos en resaltar el acontecimiento, lo cierto es que la indiferencia histórica nos hace insensibles e incapaces de comprender, no hay emoción ni empatía. Este es uno de los grandes problemas de nuestro país, un país con Alzheimer.

La memoria siempre fue importante en la vida de los pueblos, de su cuidado estaban pendientes artistas, cuentistas, escritores, músicos, políticos, y toda una gama de gentes que buscaban con todo el empeño que la memoria se perpetuara. Esto, ¿para qué? Evidentemente, la conservación era más que una estatua, una legislación, o una novela. Para pueblos como Israel, la memoria era la condición de la supervivencia del pueblo, en ella se jugaban sus relaciones más importantes: con Dios, con los demás, consigo mismos. Sin memoria no podrían saber quiénes son y hacia dónde van, sin memoria estaba el peligro de repetir errores, sin memoria eran débiles y divididos.

Al acercarse estas fiestas patrias, me viene a la mente esta reflexión de la conservación de la memoria. De hecho, este tiempo es de fiesta, pero es un tiempo para la memoria. Celebrar tiene, entonces, una fuerte connotación de aprendizaje, pues traemos al presente un pasado, que, si bien está cargado de hechos significativos, no sería honesto el sentimiento olvidar que expresan un legado de vidas e ideales que son profundamente aleccionadores, toda una escuela.

Celebrar no es lo mismo en todos los lugares. Cada lugar le otorga al hecho recordado unas características particulares que son expresión de la forma en que se vivió y se vive, en el cómo los interpretamos. Para Colón, en la costa atlántica, la celebración el 5 de noviembre y otras efemérides son muestra de ese particular modo de vivir la historia. Pero para poder celebrar lo primero es saber qué fue lo que ocurrió, los nombres, las causas y las consecuencias.

Colón ha sido siempre una tierra de lucha. Su aporte a la constitución de la nación panameña, no siempre reconocido, es muy valioso. Esta ciudad emprendedora y eternamente optimista ha vivido momentos, sin los cuales no seríamos lo que somos. Desde mediados del siglo XIX, cuando nace una ciudad nueva, que se abre al mundo para dar inicio a una configuración de ciudad abierta, heterogénea y pujante, los colonenses demuestran ser gente que no pide nada y da al país la puerta del atlántico, que genera riqueza, en un ambiente tolerante y acogedor.

Pero la memoria nos enseña que, en Colón, toda esta pujanza también generó la lucha por la justicia y derecho. Todavía hoy, los colonenses luchan por no ser olvidados, por saberse y sentirse parte de esta nación. Ese 5 de noviembre de 1903, los colonense deciden unirse a la gesta separatista y frenan el avance de las tropas colombianas que llegaban para reprimir a los secesionistas que había declarado la independencia. Luchadores de la verdad y la justicia, este pueblo, crisol de razas, aseguró la constitución del nuevo país.

Esto es parte del corazón del colonense. Con grandes convicciones religiosas, un pueblo de fe, con un espíritu alegre, un profundo sentido de la justicia y una visión de la vida en positivo. Pero los prejuicios, la descalificación y la marginación han condenado a todo un pueblo. Incluso, no falta un miserable toque de racismo y discriminación.

Colón se forja con los hombres y mujeres congos, que lucharon por su libertad, porque el colonense es de un alma libre, prefería correr el riesgo de morir antes que ser esclavos. Colón se forja con hombres y mujeres que, con los trabajos canaleros, llegaron para construir un mejor futuro, llenos de ganas de superación y poder construir una nueva vida. Colón se forja con los migrantes griegos, españoles, italianos, judíos, indostanos, libaneses, que huían de las guerras y miserias de la Europa de entonces, y que con grandes sacrificios dieron movilidad al comercio con empresas que hoy son marca país. Colón se forja con los campesinos interioranos que, con su fuerte impronta cultural, con el único recurso de sus manos y deseos de trabajar, llegaron para hacer de esta tierra, su tierra.

No es de extrañar que Colón sea especial. Hay cosas que no se ven a simple vista. Entre las ruinas de la pobreza, desde la periferia humana, los colonenses tienen memoria. Sí, desean una vida mejor, como eran antes. Antes de que fuera olvidada por el resto de la nación. Colón no es sólo una Zona Libre, o un Puerto, es su gente. Gente que todos los días viven con la bofetada de la injusticia el olvido, pero que cada día confía en que Dios no se ha olvidado de Colón.

Por eso, las fiestas patrias nos deben ayudar a hacer memoria, recordar lo que fuimos y reflexionar sobre lo que queremos ser. Recordar que esta nación la hemos construido entre todos, que Patria es un sentimiento que late en todos los panameños, no importa su número de cédula, y Panamá nos necesita a todos. Nuestro futuro depende de ello. Dios bendiga a Colón. Dios bendiga a Panamá.

Monseñor Manuel Ochogavía Barahona / Obispo de la diócesis de Colón – Kuna Yala