Mi casa es casa de oración

Mi casa es casa de oración

Os escribo con cariño, y con preocupación y máximo interés de que los templos sean casas de oración y no las convirtamos en lugares profanos.

Así, con esta preocupación y celo de Hijo de Dios, se expresaba y actuaba Jesús en el templo de Jerusalén viendo en qué habían convertido la casa de Dios. Hemos de insistir en la catequesis en el significado del templo como su morada y lugar de encuentro con Él, de adoración, de escucha de su Palabra, de celebración de los sacramentos, sobre todo de la Eucaristía.

Es necesario esforzarnos para que los templos sean de verdad casas de oración, que inviten a escucharle y gozar de su presencia: sólo Él debe importarnos y solo a Él debemos la gloria y la alabanza que merece. Por esto, además del cuidado material, habrá que cuidar muchísimo el silencio.

Algunos entran al templo como en cualquier otra casa –sin saludar siquiera al “Dueño”, se sigue hablando como en la calle, se sientan de inmediato, no se entra en un clima de silencio. Llega el momento de la paz y se arma un lío. Infinidad de veces entran con vestidos indecorosos.

También me permito llamar la atención sobre las fotografías de primeras comuniones, bautismos, confirmaciones o matrimonios. El jaleo que se arma. Se pueden hacer las cosas bien, sin impedir el recuerdo que, comprendo, es grato conservar en fotografía.

Llamo vuestra atención a cómo nos comportamos al pasar delante del sagrario; a veces se pasa sin hacer reverencia, ni genuflexión, que es lo debido. En él está Jesús presente sacramentado. Hay que educar.

Pido a sacerdotes y a los fieles respeto al templo, al misterio que allí acontece. No me toméis a mal lo que os digo; es para vuestro bien, de las nuevas generaciones y la Iglesia.