¡Aunque llueva!

¡Aunque llueva!

Aquel enamorado, soñador idealista, escribía a su enamorada:
– Por ir a verte, atravesaría mares de fuego. Por ir a verte, esquivaría las balas de una batalla. Por ir a verte, quitaría los colores al arco iris para hacerte un ramillete de luz multicolor. Por ir a verte….
Y siguió poniendo una sarta de fantasías para demostrar su amor; pero…al final de la carta hace un quiebro y termina diciendo:
– El domingo, si no llueve, iré a verte.
¿No nos ocurre, con frecuencia, a los católicos el condicional? «Si no llueve…» Y nos retiramos, nos inhibimos.
La inhibición es fruto, generalmente, del pesimismo, la comodidad y la falta de espíritu de sacrificio. A veces, creemos que nos podemos contaminar con otros que tienen distintas ideas y nos retiramos; dejamos a los enemigos dueños del campo.
Los enemigos de la Iglesia asaltan todas las fortalezas: la política, la administración, la educación, los medios de comunicación… Y los católicos nos retraemos. Y así nos va, claro.
Tenemos que recuperar nuestra identidad apostólica e ir a la conquista del mundo para mejorarlo. Es necesario ir a la lucha por deber y por instinto de conservación. No hay posibilidad de mantenerse neutrales si somos de la escuela de Cristo: El que no está conmigo, está contra mí.
Es imposible ser discípulos de Jesucristo y estar ociosos; no se puede ser seguidor de Cristo molestándose lo menos posible.
Necesitamos un admirable equilibrio entre la primacía del espíritu sobrenatural y la responsable exigencia evangélica de emplear los talentos recibidos.
Hoy que el papa Francisco nos impulsa a «salir a la periferia», urge adoptar una mentalidad de lucha, de sacrificio, con ánimo de victoria, fiados de la Divina Providencia, pero dispuesto a no rehuir el combate.
Hay que batallar, con la ejemplaridad, para hacer un mundo más humano y divino. Con la Virgen de la mano y siempre en la brecha…- ¡Aunque llueva!